Leoncio Bueno: “Para vivir 100 años, come poco y abarca poco”

“Primero fui anarcosindicalista y ahí aprendí cómo hacerme escritor. El dirigente obrero tenía que ser un hombre muy versado para poder usar la palabra. El poeta se distingue porque le da vuelta a la palabra, le da nuevo ser, él ve la realidad de manera distinta”, subraya.

Leoncio Bueno hoy cumple 100 años. Cuando nació, su familia pensaba que iba a morir. Llegó prematuramente. Su madre no tenía leche para darle de lactar. Como si fuera un milagro, la novia de su tío dio a luz y ella, con 16 años, lo amamantó. Incluso, dos años después, el único hijo de los Bueno Barrantes sobrevivió a la enfermedad mortal denominada fiebre perniciosa.

“Yo no creo que sea poeta. Seguro que soy un escritor o un periodista. Los poetas se mueren muy jóvenes”, sentencia quien primero fue obrero, a los 9 años, y que una década después, migró a Lima solo. Y mañana, el mayor poeta vivo del Perú estará en la presentación del documental 100 años con Leoncio Bueno, a las 6 de la tarde, en el multicine UVK de la plaza San Martín. Cortometraje dirigido por Javier Corcuera, producido por Quechua Films y La Mula Producciones con la colaboración de la Casa de la Literatura Peruana.

En una de las cimas de Villa María del Triunfo está la casa de Leoncio Bueno, lejos de la hacienda La Constancia, en La Libertad, donde nació. Es mediodía, el sol abrasa. Un portón de color marrón oscuro, como el de una cochera de campo, separa su casa de la calle. Desde adentro se elevan árboles. Toco la puerta y a la tercera llamada se escucha una voz prudente: “¿Quién es?”. Me presento, abre la puerta y el hombre de 100 años me recibe con una sonrisa pícara. Cruzamos el patio que parece un huerto y nos sentamos en la sombra. “¿Quieres llegar a los 100 años? Toma chicha morada”, dice, ríe y me ofrece la refrescante bebida.

¿Cómo es un hombre de 100 años?

Pocos llegan a los 100. Es muy difícil. Pero cumplir 100 años tampoco es un premio.

¿Por qué?

Porque te sacas la mierda (risas), te duele todo el cuerpo.

Yo lo veo muy bien.

Es lo que se ve, pero la procesión va por dentro (risas). A nadie de mis amigos le desearía que llegue a los 100 años. Es una maldición, porque ya no puedes trabajar, ya no tienes plata, no puedes comer lo que quieras, no hay muelas. Incluso, el paladar no es el mismo. Todo se desgasta. A mí me queda un ojo, nada más.

¿Pero también no es un mérito llegar a los 100 años?

El mérito es de mi papá, mi mamá, mi abuelo. Alguien habrá colaborado. En mi familia nadie ha llegado a tanta edad.

¿Es cierto que el amor de la familia ayuda?

Sí, no es cuento. Hay que tener suerte para llegar a viejo y que te rodeen tus amigos e hijos, porque todo el mundo se manda a mudar, todo el mundo tiene problemas. La vida cada día está más difícil. Cuando llegué a Lima en el año 39, había pasaje obrero que costaba diez centavos; los restaurantes populares vendían el combo a 20 centavos; cada pan costaba un centavo. En ese tiempo no había el caos que hay ahora. Lima tenía 460 mil habitantes. Ahora son 11 millones.

¿Por qué vino a Lima?

Todos se venían a Lima. Yo empecé a trabajar a los 9 años y ganaba 50 centavos, en Pacalá, en la hacienda Casa Grande. Jalaba higuerillas, trabajaba en el sembrío de caña.

¿Usted lo eligió o lo mandaron a trabajar?

No, los muchachos andábamos en las huertas haciendo palomillada y media. A los 19 ya me vine a Lima.

¿Solo o con su familia?

¡Solo! Nunca tuve papá. Tuve ideas sobre él, algunas fotos. Mi papá era un golondrino. Soy hijo golondrino. Era guitarrista, domador de caballos, recorría todas las haciendas dejando hijos.

A veces se dice que el poeta se hace en la tragedia.

La madre naturaleza te prepara y a mí me ha ayudado. Siempre he sido bien adelantado. Los anarcosindicalistas llegaron de Chile a Casa Grande para formar el sindicato y acabar con las 12 horas de trabajo. Me escogieron a mí para ser el ‘toma, ve y dile’. Yo tenía 10 a 11 años.

¿Primero fue dirigente y luego escritor?

Primero fui anarcosindicalista y ahí aprendí cómo hacerme escritor. El dirigente obrero tenía que ser un hombre muy versado para poder usar la palabra. Decían que un dirigente obrero tiene que ser un intelectual y que debe educarse a sí mismo. Los primeros en darle a la mujer tantos derechos como al hombre fueron los anarcosindicalistas y después los comunistas, pero vino Stalin y lo jodió todo con su sentimiento de patriarca y dictador.

¿En qué momento asumió que le tocaba ser intelectual?

A los 10, 11 años con mis amigos ya estábamos con la picazón del anarcosindicalismo y que teníamos que ser intelectuales.

¿Acabó el colegio?

No, yo llegué hasta tercero de primaria. Pero ni siquiera puedo alegar que tengo tercero de primaria. Como mi padre no se acercó a mí, yo no llevaba su apellido. Crecí como Wulmaro Barrantes. Cuando fui a sacar mi partida de bautizo, supe que no era Wulmaro Barrantes, sino Leoncio Bueno; tenía 19 años.

¿Y para poder ser poeta qué se necesita?

Tener temperatura, temple, haber nacido con un sentido de la palabra. El poeta se distingue de los demás porque le da vuelta a la palabra, le da nuevo ser, porque él ve la realidad de manera distinta. Es una bendición.

¿Cuál es la fórmula para vivir 100 años?

No hay fórmula, pero hay consejos: acostarte con hambre y levantarte con hambre. No comer más de la cuenta, que tu propia comida sea tu propia medicina. Comer poco, abarcar poco y ser muy estricto con las reglas. No llenar tu corazón de ansiedades ni dominación. Al ser humano le gusta mucho dominar, ser el único, el ego colosal, abarcar, pero el que mucho abarca poco aprieta.

Un poema suyo dice: “No moriré, quiero pegar el último aletazo”.

Y el último aletazo puede ser un buen trago que te sacuda (ríe).
AUTOFICHA

- “Soy Leoncio Bueno, pero mi padre me puso Wulmaro de Leoncio. He nacido el 2 de enero, iba a nacer en Año Nuevo. Según me cuentan, mi padre tuvo un montón de hijos, pero a ninguno lo firmó, pero a mí sí quería firmarme y lo hizo. Quería un hijo zambito”.

- “Soy hijo único de mi madre, doña Sara Barrantes Matos Urbina. Nací en los montes de Casablanca, cerca de La Constancia. Ahí se fueron porque mis abuelos los perseguían, le querían sacar la mugre a mi papá. Yo me he criado con mi mamá y mis tías”.

- “Mi primer libro fue Al pie del yunque. Luego publiqué Pastor de truenos, Invasión poderosa, La guerra de los Runas y Rebuzno propio. Pero he hecho circular un montón de publicaciones porque hago libros a mano, y así me he defendido. Sigo escribiendo y tengo un texto que se llama El cantar del dulce ahí”.



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